Cuando miramos hacia el cielo nocturno, vemos una alfombra brillante de estrellas. Estos puntitos de luz centelleantes son en realidad enormes bolas de plasma: helio e hidrógeno sobrecalentados, que están alimentados por fusión nuclear, vienen en muchas formas diferentes y tienen una trayectoria evolutiva fascinante.
Una estrella es una bola de gas autogravitante que cuelga en el espacio, que existe en equilibrio hidrostático, por lo que no se colapsa ni se expande. Por tanto, la historia de la vida de una estrella es realmente la historia de fuerzas en competencia; la fuerza de gravedad hacia adentro que anima a la estrella a colapsar y las fuerzas hacia afuera que combaten este impulso. Así como la muerte de una estrella depende de la victoria final de esta fuerza gravitacional interna, su nacimiento también surge del colapso gravitacional, es decir, cuando se desmorona un cuerpo estelar hacia dentro de sí mismo debido a su propia gravedad.
¿Cómo se forman las estrellas?
Las estrellas se forman dentro de nubes amorfas de gas y polvo llamadas nebulosas. Las masas de gas, principalmente de helio e hidrógeno, dentro de estos viveros estelares colapsan bajo su propia gravedad y comienzan a calentarse, formando una protoestrella. Las temperaturas aumentan en el núcleo de estas protoestrellas arremolinadas a medida que acumulan gas y polvo cercanos, sin embargo, aún no pueden generar fusión nuclear, pero pueden tener un gran impacto con los vientos estelares que emiten. Finalmente, cuando el núcleo de la estrella alcanza temperaturas de unos 27 millones de grados Fahrenheit, se produce la fusión nuclear, y es ahí donde los átomos de hidrógeno y helio se unen entre sí: nace una estrella. Esta explosión de energía ralentiza el colapso gravitacional y, el material que no es absorbido por una estrella recién nacida, puede formar planetas, asteroides y otros objetos celestes, pudiendo tardar alrededor de 100,000 años este proceso. Una vez comenzada la fusión nuclear, la estrella entra en su siguiente fase, la de secuencia principal, como la mayoría de las estrellas que vemos en el cielo.
¿Cuáles son los tipos de estrellas? ¿Cómo se clasifican?
Hay muchos tipos diferentes de estrellas de secuencia principal. Los astrónomos utilizan una clasificación estelar de Morgan-Keenan con base en la firma espectral de una estrella para descifrar su composición, luminosidad, color y temperatura. Con base en estas observaciones, pueden saber qué edad tiene una estrella y qué tamaño tiene. Las siete clases espectrales, ordenadas de la más caliente a la más fría son: O, B, A, F, G, K, y M. La temperatura de una estrella se mide en grados Kelvin, pudiendo oscilar entre los 2,500 K en las estrellas más frías, hasta alrededor de los 30,000 K en las estrellas más calientes. El color de una estrella está directamente relacionado con su temperatura, las más calientes tienden al color blanco o azul, mientras que las más frías a tonos más cálidos, tal como amarillo, naranja y rojo.
Los astrónomos caracterizan el brillo de una estrella al medir tanto su magnitud como su luminosidad, o la cantidad total de energía que genera una estrella en un segundo, así como la distancia a la que se encuentran. Las estrellas pueden clasificarse también por su luminosidad y éstas son, de la más brillante a la más tenue: Ia, Ib, II, III, IV y V.
La masa de una estrella puede determinar cómo vivirá o morirá. Por ejemplo, las estrellas más masivas, queman su hidrógeno más rápidamente y mueren primero, y los astrónomos miden esta masa en “masas solares” (una unidad que se relaciona con el sol de nuestra galaxia).
Después de considerar todas estas variables, los astrónomos trazan la fase evolutiva de una estrella en un diagrama conocido como “Hetzsorung-Russell” por sus creadores.
Las estrellas más pequeñas se llaman estrellas enanas rojas, que son de larga vida, abundantes en el universo y muy tenues, pues emiten apenas un porcentaje mínimo de la energía de nuestro sol. Las hipergigantes de vida corta, por otro lado, pueden alcanzar hasta 100 masas solares, arden más intensamente, alcanzando temperaturas de 30,000 K y son extremadamente raras en el universo. Por ejemplo, nuestro sol es una enana amarilla tipo G, y nuestro vecino estelar más cercano, Próxima Centauri, es una enana roja tipo M.
¿Por qué el Sol es una estrella?
El Sol, desde un punto de vista universal, es una estrella porque en su núcleo fusiona hidrógeno y helio, y aunque es poco extraordinaria en relación a otras, es relevante para nosotros ya que nos ilumina y permite que la vida sea posible en nuestro planeta. En términos de tamaño, el Sol también está en un rango medio para una estrella, mientras que el universo posee estrellas mucho más pequeñas, también alberga estrellas que son hasta 100 veces más grandes. Un ejemplo típico de una estrella en este rango de masas, y de su radio y edad, se encuentra a una distancia promedio del centro de su galaxia, la Vía Láctea. Sin embargo, a pesar de lo mundano que el Universo puede ver al Sol, es imposible sobreestimar la importancia del Sol para la vida en la Tierra. Sin la energía que proporciona, los seres vivos simplemente no podrían existir, no podríamos existir. Cuando muere, nuestro planeta, todos los que hay en él, y probablemente nuestra especie, también muere. Y como corresponde, el Sol domina nuestro sistema solar, poseyendo más del 99% de su masa total.
En cierto modo, el hecho de que el Sol sea una estrella muy ordinaria, es una bendición para nuestra comprensión del Universo y los objetos estelares que lo habitan. Tenemos buenas razones para creer que las propiedades que observamos pertenecientes al Sol son compartidas por muchas estrellas de este tipo y, a su vez, podemos aprender mucho sobre su nacimiento, vida y muerte, mirando más allá de él y hacia la población más amplia de la galaxia de estrellas. Lo atípico en nuestro Sol es su aislamiento, ya que la mayoría de las estrellas existen en pares, pero en su caso está solo. ¿Te habías percatado antes de este dato curioso? No dejes de explorar el universo, aún no conocemos ni una décima parte de él.