Ya estaba por terminar el año y la señorita Laura, la maestra de Martín, había decidido que trabajarían en para realizar un proyecto en conjunto. Esta vez, el tema seleccionado fue el más votado por la clase: el espacio.
Durante la formación de equipos, Martín terminó en el mismo que Ana, una de sus amigas y Pablo, otro niño con el que él apenas había hablado pero Ana parecía llevarse muy bien.
En un comienzo Martín propuso la increíble idea de crear un traje de astronautas que funcionara como uno de verdad. Pero su idea fue rechazada por sus dos compañeros.
– Martín, es imposible hacer eso – repuso Ana.
– Seguro encontramos la manera – dijo el niño científico.
– ¿Por qué no hacemos un sistema solar? – propuso Pablo y Ana de inmediato accedió.
Por primera vez, Martín tuvo que aceptar que sus ideas no siempre serían aceptadas y que los demás también podían tener razón. Hacer un traje espacial habría sido una tarea difícil hasta para él.
Martín sabía cómo era el sistema solar por lo que juntar la información necesaria no sería difícil. Sin embargo, quería que el trabajo de su equipo fuera especial por lo que dijo:
– Tengo una idea, ¡podríamos hacer que las estrellas brillen usando luces de navidad!
Esta vez, Ana y Pablo estuvieron de acuerdo.
– Podemos usar una caja de cartón para la base y hacer pequeños agujeros para pasar los focos de las luces – dijo Ana animada.
– Recuerden, tendrán dos semanas para terminar su proyecto – avisó la maestra.
Pronto, los niños se organizaron para dividirse algunas de las tareas. Para la siguiente clase, Ana llevaría los aros de alambre que serían las órbitas y la base que sería el espacio mientras que Pablo y Martín se encargarían de los planetas.
Las siguientes tres clases, los niños se dedicaron a armar su maqueta y cuando el día de la presentación llegó fueron uno de los equipos más destacados. No sólo estaba perfectamente ordenado desde mercurio hasta plutón, ¡sino que era el único trabajo presentado que brillaba!
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