Una lunes por la mañana la maestra de Martín, la señorita Laura, les dijo que para la semana siguiente deberían escribir un cuento sobre sus héroes de la naturaleza. El niño nunca había intentado escribir un cuento por lo que aquello sería un desafío. ¿De qué héroe podría hablar si lo que más admiraba era a la ciencia?
Martín pasó dos días dándole vueltas a su nueva tarea hasta que, viendo en la televisión uno de sus programas favoritos, tuvo una idea: escribiría la historia del sistema inmune, un grupo formado por órganos, tejidos, 21 células inmunes y proyenias. Él sabía que gracias al sistema inmune estaba sano la mayor parte del tiempo, por eso sus héroes eran aquellos pequeños seres que lo defendían día a día.
El siguiente lunes el niño leyó frente a sus compañeros lo siguiente.
— Esta es una historia llamada “El poder del sistema inmune”, y es mi grupo de héroes favorito porque nos defiende cada día para que estemos sanos. La primera línea de defensa, consiste en nuestra piel y secreciones como la saliva y el sudor. Estas representan una barrera física y contienen enzimas o un PH ácido que mata a los patógenos. Si a pesar de esto, el agente extraño ingresa al cuerpo, puede ser eliminado por los ácidos del estómago o hasta por el oxígeno de la sangre. Los enemigos que logran resistirse y atravesar estas barreras empiezan a reproducirse, ¡hasta que son detectados por los fagocitos!
Una mano se levantó y la señorita Laura dejó que la niña hiciera su pregunta.
— ¿Qué son los fagocitos? — preguntó interesada en la historia.
— Son unas células glotonas que se dedican a comer todo lo que les parece extraño — respondió Martín.
— ¿Cómo reconocen lo que es extraño? Porque para mí una malteada con papas fritas podría serlo pero sé que para otros no — dijo su maestra.
— Eso es porque casi todos los agentes infecciosos tienen azúcares en sus membranas que son bastante similares lo que hace que sea más fácil para ellos encontrarlos. Sin embargo, a los virus que se reproducen con la ayuda de las células, no pueden comerselos, por lo que ahí aparecen otras células llamadas NK. Cuando las NK se dan cuenta de que una célula está infectada con virus, les avientan una proteína llamada perforina que hace morir a la célula. Los fagocitos y las células NK, pueden encargarse de la situación hasta por cuatro días, pero si las cosas no mejoran tienen que llamar a las fuerzas especiales y avisarles del peligro.
— ¿Fuerzas especiales? — preguntó otro de los niños.
— ¡Sí! Como los fagocitos son muy rápidos, ellos les llevan el mensaje a hasta los ganglios linfáticos. Allí, las células T auxiliares son como maestros que transmiten la información a otras células llamadas B y T. Por fin, después de se entrenadas, B y T salen batalla. Una célula B que va a pelear se convierte en plasma B y libera anticuerpos que sirven para inmovilizar a los patógenos y al igual que las células NK las células T matan usando perforinas, con la diferencia de que este ataque lo realizan de forma más poderosa y efectiva. Una vez que ganan la batalla, B y T se vuelven células de memoria para que el cuerpo recuerde cómo eliminar a los enemigos. El fin.
Todos aplaudieron a Martín y su maestra lo felicitó por su cuento. No sólo había cumplido con la consigna sino que había relatado la interesante batalla que existía dentro de nuestro cuerpo más seguido de lo que pensábamos.