Era viernes y el profesor de biología de Martín le había anunciado a la clase que la semana que viene tendrían un examen. Los amigos de Martín le preguntaron si podía ayudarlos a estudiar y, siendo esta una de sus materias preferidas, el niño accedió. Al día siguiente, sus amigos tocaron el timbre de su casa y Martín los recibió con galletitas y chocolate caliente, listo para dedicarse a leer el libro de anatomía que su profesor les había dado.
Martín era increíblemente inteligente, por lo que luego de tan solo un par de horas de estudio había sido capaz de memorizar todos los sistemas del cuerpo humano y describir sus funciones detalladamente. Martín les explico los conceptos a sus amigos con facilidad, por lo que ellos estaban muy agradecidos, especialmente porque su profesor de biología era temido por preparar exámenes realmente difíciles.
Se estaba haciendo de noche, por lo que Martín se despidió de sus amigos, no sin antes haber jugado un par de videojuegos juntos.
Intentó irse a dormir sin éxito. Miraba el techo y por la ventana, tratando de conciliar el sueño, pero le era imposible. Había estudiado por horas y, sin embargo, el sentía que eso no era suficiente. ¡Quería saciar su curiosidad! Por lo que tras mucho pensar, decidió que para poder entender realmente cómo funciona nuestro cuerpo, él debía verlo por sí mismo. No sabía cómo iba a lograrlo, pero quería encontrar respuestas a cada una de sus preguntas y estaba decidido a hacerlo.
El último timbre sonó, indicando que las clases del lunes habían terminado y, tras juntar todas sus carpetas, se apuró a llegar a su casa.
Una vez sentado en su escritorio, tomó un lápiz y su cuaderno y comenzó a idear lo que sería uno de sus más brillantes inventos. Luego de varios intentos fallidos y otras tantas correcciones, los planos estaban listos.
Era de madrugada, por lo que se dirigió al taller de su padre silenciosamente, cuidando de no despertar a nadie.
Para la mañana siguiente, su invención estaba lista. Se trataba de un traje que le permitiría encogerse hasta tomar el tamaño de una célula.
Al salir del taller vio que su mamá estaba preparando el desayuno, por lo que, ya adentro del traje, apretó el botón que reduciría su tamaño y voló, con ayuda de dos propulsores, hasta el plato de cereal que estaba sobre la mesa.
En cuestión de segundos fue ingerido. Martín no podía creer que estaba dentro de un ser humano. ¡Su plan había funcionado! Sabía que no podría quedarse mucho tiempo, porque no quería correr el riesgo de que las baterías del traje se agoten.
El interior de un ser humano puede ser realmente sorprendente y, aunque Martín no pudo tomar nota sobre todas las cosas asombrosas que vio, al fin pudo comprender cómo es que ocurren todos los procesos internos en nuestro cuerpo.
Por ejemplo, fue testigo de cómo las células del sistema inmune se comunican entre sí mediante una estructura llamada sinapsis inmunológica, en la cual un linfocito T, célula encargada de contribuir a las defensas inmunitarias, tiene un contacto estrecho con la célula que tiene como objetivo.
Aprendió, además, algo que no estaba explicado en los libros que había leído durante el fin de semana: qué eran los macrófagos. Estos son la primera línea de defensa que tiene nuestro cuerpo y cumplen diversas funciones. Los macrófagos son las primeras células en reconocer y envolver sustancias extrañas, también llamadas antígenos. Si bien esto le pareció muy interesante, la forma de aprenderlo no fue para nada divertida, pues estas células que son, a su vez, las encargados de descomponer estas sustancias y presentarles las proteínas más pequeñas a los linfocitos T, lo habían identificado como una sustancia extraña y tratado de eliminar. Por poco pudo escapar y continuar su viaje, pero a partir de ahí decidió ser mucho mas cuidadoso.
En la última etapa de su aventura pudo observar cómo es que ocurre el proceso de absorción de nutrientes. Durante esta fase química, diferentes enzimas rompen las moléculas complejas en unidades más sencillas para que puedan ser absorbidas y utilizadas. Pudo identificar tres de las enzimas más importantes, ya que recordaba haber leído sobre ellas en sus libros. Estas eran las denominadas lipasas, amilasas y las proteasas. Las primeras son las encargadas de romper las grasas en ácidos grasos, mientras que las segundas hidrolizan en almidón y las terceras convierten a las proteínas en aminoácidos.
Martín estaba fascinado por todo lo que había visto, pero pronto se dio cuenta que se estaba haciendo tarde y decidió que era tiempo de volver a su tamaño original.
Con un poco de dificultad, consiguió salir de su traje y, al abrir la puerta del taller, notó que sus padres estaban muy preocupados, pues Martín no había ido a la escuela y no podían encontrarlo por ningún lado.
Los saludó y, aunque se sentía mal por no haberles dicho dónde estaba, no podía ocultar su sonrisa. Él estaba orgulloso de sí mismo pues, tras horas de trabajo, había logrado investigar y ver por cuenta propia lo complejos que son los sistemas del cuerpo humano.
Sus padres no comprendían por qué su hijo estaba tan feliz. Ellos estaban enojados con Martín por no haberles dicho dónde estaba pero, a su vez, se sentían aliviados de tenerlo de vuelta.
Martín los abrazo y decidió contarles todas las cosas fascinantes que había descubierto. Sus padres no podían creer lo que estaban escuchando, pero sabían que su hijo era capaz de realizar todo lo que les había dicho.
Estaban orgullosos de él, pero le prohibieron volver a hacer alguna cosa así, porque era demasiado riesgoso. Martín tuvo que deshacerse del traje, lo cual no le molestó, ya que este había sufrido algunos daños irreparables.
El día miércoles había llegado y Martín estaba más que preparado para rendir el examen. Mientras escribía las respuestas a cada pregunta, recordó su gran aventura con una sonrisa.