Aventuras de Martín el científico (V) La fuerza del autobús

Un lunes, cuando Martín regresó de la escuela en el autobús, notó algo a lo que nunca antes le había prestado atención.

— ¿Cómo te fue hoy, hijo? — preguntó su mamá.

— Bien, pero hay algo que no entiendo. Hoy venía en el autobús casi dormido en un asiento, y frenó de repente. ¡Del impulso casi termino sentado en el suelo! — exclamó el niño.

Su madre lo miró preocupada.

— ¿Estás bien? ¿Te has lastimado?

— Estoy bien, pero las personas que estaban de pie terminaron todos apretados contra el chofer — dijo Martín.

— ¿Y cuál es tu duda? — preguntó su mamá.

— No encuentro el por qué sucedió eso.

— ¡Eso es por la ley de la inercia! — dijo la mamá de Martín.

— ¿La ley de la inercia? — preguntó él.

— Para cambiar la velocidad de un objeto, es necesario aplicarle una fuerza. Un objeto que está en reposo o quieto va a seguir así a menos que apliquemos una fuerza en él. En cambio, si está en movimiento, va a seguir en movimiento a menos que le apliquemos otra fuerza — explicó su mamá.

— Pero yo estaba quieto, ¿por qué me moví hacia adelante? — preguntó Martín confundido.

— Pero tu no ibas en reposo — dijo ella.

— Sí, te dije que iba  casi dormido — repitió Martín.

— Puede ser, pero estabas dentro de un autobús que estaba moviéndose. La fuerza que hizo que frenara, fue la misma que hizo que te movieras.

— ¿Y qué pasa si hay un objeto en movimiento y no hay ninguna fuerza que lo frene? — preguntó Martín.

— Entonces va a continuar a una velocidad constante.

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